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Los gendarmes jóvenes le temen al Conurbano | lapalabradeberazategui.com.ar

Su nombre era Julián Ibáñez y, cuando decidieron mandarlo al Gran Buenos Aires, su familia temió por la inseguridad, una situación que sucede muy a menudo. Este destino es el mayor miedo de los gendarmes recién egresados que viven en el interior del país: el Conurbano, escenario de repetidos hechos de violencia, algunos que ni siquiera llegan a esclarecerse.

En este caso era domingo cuando Julián estaba yendo a su trabajo, el destacamento de Gendarmería Nacional en Almirante Brown. Se había bajado del colectivo y estaba esperando a sus compañeros en la esquina de Dreyer y Santamarina cuando lo abordaron cinco delincuentes. Le arrebataron la mochila y el joven sacó su arma reglamentaria e intentó defenderse. Baleó a dos de los atacantes, Esteban López de 16 años, que murió de un tiro en el pecho, y Juan Carlos Domingo Cañete de 19, que fue herido en un glúteo. Segundos después le quitaron su pistola y lo remataron.

Vivía en Formosa, con su mamá, empleada de una constructora, y su hermano de 10 años. Había egresado del Instituto de Capacitación Especializada (Incaes) «Cabo Juan Adolfo Romero Mercedes», en Mercedes, provincia de Buenos Aires, y sus compañeros de la promoción XXXIV publicaron un conmovedor video de despedida en las redes sociales.

Sumamente delgado, lo apodaban Aquiles. Puso mucho empeño en poder terminar la formación, a la vez que sus allegados admitieron que le sobraban «coraje y valentía».

«Era una persona callada, sin maldad, muy sumiso. Hasta el último día de curso la peleó por egresar. Una vez lo hicieron correr solo y al ver que ya llevaba mucho tiempo corriendo, de a uno fuimos uniéndonos con él. Fue un momento donde él me decía que eso jamás lo iba a olvidar».

Fanático de Boca, familiero, sumamente educado, carismático, siempre muy atento, se preocupaba por el bienestar de todos.

Para él, como para la mayoría de los jóvenes que llegan desde el interior del país, el destino más temido por ellos es Buenos Aires. «Es el destino que nadie de la fuerza prefiere», ya que, además de la cuestión de la violencia, «muchos llegan solos y llevar una vida sola es muy difícil».

La mayoría admite que la fuerza decide «al azar» los destinos de los recién egresados, unos 2.400 agentes por año, en base a las necesidades operativas.

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