Este hombre que, según su familia, había pedido licencia por sus enfermedades preexistentes- diabetes e hipertensión- en dos oportunidades y  estuvo trabajando hasta antes de su internación, al parecer, exigiéndose más de lo que debería, falleció por un paro cardiorrespiratorio.  Sin embargo, para llegar al triste final hubo muchas situaciones irregulares que llevaron a ese desenlace.

Su familia hoy pide justicia y denuncia «abandono de persona», por todas esas situaciones que Carlos vivió durante su estadía, tanto en el hospital Evita Pueblo, como en el Policlínico de Lomas de Zamora,  como en el hospital Perón, donde tampoco «recibió la atención adecuada», aseguran.

«El martes 14 de julio, cuando llegó a la Sabatto a prestar servicio,  comenzó con síntomas que le hicieron pensar que podía ser COVID-19, entonces le dio aviso a sus superiores. Fue entonces que la directora de enfermería del Centro pidió su traslado al hospital Evita Pueblo para que le realicen el hisopado. Dos días después le dijeron que el test había sido positivo», contó el sobrino del enfermero, Nahuel Fiorentino, sumamente apenado. Allí intentaban medicarlo por la neumonía que padecía.

Para el 23 de julio Carlos ya estaba con tubo de oxígeno, asistencia que según denuncian sus allegados, debería haber tenido desde el primer día, dado su estado crítico. Fue en ese momento cuando su familia solicitó el traslado del paciente a otro lugar donde pudieran darle mejor atención.  «Junto con mi tía nos acercamos a pedir su traslado urgente y por eso pedimos hablar con el director, cosa que nos fue negada, y fue a su secretaria quien nos atendió. Cuando le explicamos porqué pedíamos la derivación, le dijimos que era porque mi tío no estaba siendo bien atendido. Creíamos que lo llevábamos a un lugar mejor, pero no fue así».

Tras el pedido,  IOMA ordenó el traslado al Policlínico de Lomas de Zamora, donde según Nahuel, «ni siquiera había un saturómetro, por lo que el panorama empeoró».

El 28 de julio la clínica le dio de alta a Jaime, solo tres días después de haberlo ingresado. «Le hicieron un nuevo test y dio negativo de COVID, entonces lo mandaron a la casa, pero todavía no estaba recuperado, mi tío en realidad tendría que haber seguido con el oxígeno».

El pasado 31 de julio, y siendo atendido por su hermana, Carlos ingresó al Hospital Perón de Avellaneda para un turno programado con el neurólogo. Allí, el profesional le indicó que necesitaba oxígeno en forma urgente, por lo que al día siguiente quedó nuevamente internado en una habitación común, «cuando en realidad necesitaba cuidados especiales», explicó su familia.

Al día siguiente, Jaime le mandó un mensaje a la familia diciéndoles que aún no lo habían medicado y que ningún médico se había interiorizado en su estado. Esa misma tarde y mientras estaba con su hermana y se estaba afeitando, Carlos tuvo una crisis que lo llevó a un paro cardiorrespiratorio, lo que derivó en su muerte.

«Nadie el hospital fue a verlo. Una enfermera había llamado varias veces a los doctores para que lo asistieran pero no vino nadie, lo abandonaron en todos lados», denunció el sobrino

La familia ahora está iniciando acciones legales y piden justicia. «No vamos a parar, porque más allá que le agarró el virus y él era una persona con enfermedades previas, si lo hubiesen asistido como corresponde desde el primer día, tendría que estar vivo, con nosotros».

Responsabilizan al hospital Perón por no haber profundizado sobre el pedido de su licencia. «El pidió la licencia porque sabía que el virus lo podía matar, tenía miedo, el tenía muchos planes, estaba estudiando medicina y quería terminar su casita. Ayudaba a todo el que podía y lo único que quería era trabajar», admitieron.

«No soy de pedir mucho pero mi tío era como mi papá, por eso le pido a todos los que lo conocían que necesitamos saber que pasó con él». En su ultimo cumpleaños, Carlos había publicado en su cuenta de Facebook, «hoy es mi número 52, sigo teniendo sueños, sigo viviendo…»

Una de sus profesoras en la UNAJ, donde Jaime estudiaba medicina, realizó quizás la despedida más ajustada de todas. «Era un excelente alumno, dedicadísimo y súper amable, siempre con una sonrisa. No faltó a ninguna clase a pesar de cumplir doble jornada laboral con horarios extenuantes…  Sí, era muy joven…Hubiese querido felicitarte cuando recibieras el título  que tanto merecías…». Más allá del dolor que mostraron sus compañeros y docentes, la propia facultad lamentó su fallecimiento.

Carlos había participado de varias jornadas de testeo y aunque no tenía hijos propios, se hizo cargo de las tragedias familias y de alguna manera crió a sus sobrinos. En las redes sociales destacaron su calidad humana, su abnegación por el trabajo y su hombría de bien.

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