Nuestra pobreza estructural nunca estuvo por debajo del 25 por ciento desde el regreso de la democracia. Y tras la crisis del 2001, alcanzó un pico máximo, que superó la mitad de la población. Esta semana el Indec informó que más de la mitad de los niños argentinos es pobre. Inmoral e incomprensible. No somos un país devastado por una guerra, no tuvimos desastres naturales generalizados ni sufrimos un bloqueo comercial. Nada justifica semejante tragedia social.
Según el Indec, hay 15,9 millones de personas que no acceden a la canasta básica de bienes y servicios. La pobreza en la Argentina se incrementó en el primer semestre de este año, para llegar al 35,4% de la población. Es la más alta desde el segundo semestre de 2008 (35,9%). Per el ascenso se viene dando desde el primer semestre de 2018.
Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC, la indigencia – el grupo de personas que no accede a la canasta básica de alimentos-, trepó ahora al 7,7%, unos 2,8 puntos más que en el semestre anterior.
En el conurbano bonaerense casi el 40 por ciento de las personas es pobre (4.864.475 personas) y el 8,3 por ciento es indigente (1.117.687 personas). Y la mayoría son menores de edad.
Ya no alcanza con buscar culpables con nombre y apellido, o por distinción partidaria. Ya no basta con aumentar la asistencia alimentaria y los planes sociales, necesarios en la emergencia, pero totalmente inútiles para resolver el problema de fondo. Quienes crecen en la pobreza estructural, la transmiten a las generaciones siguientes, imposibilitados de ascender en la escala social por no tener igualdad de condiciones para alcanzar la igualdad de oportunidades. Es eso lo que la política no ha podido resolver. Porque cada vez que lo intenta, la devaluación y la inflación golpean la economía familiar empujando de nuevo a la necesidad a aquellas personas que pudieron mejorar sus condiciones de vida. Y la brecha se mantiene. Y en momentos como éste, incluso, aumenta.
Es inadmisible que la pobreza sea funcional a ciertas fuerzas políticas. Y también que otras fuerzas la utilicen para ganar elecciones y luego la dejen aumentar por ineptitud o para favorecer otros intereses.

Es urgente y necesario un acuerdo intersectorial que convoque a empresarios, trabajadores, dirigentes políticos, dirigentes sociales, a la Iglesia, al sector académico, con el mismo objetivo: eliminar la pobreza estructural. Con un plan a largo plazo, que trascienda las promesas de un gobierno.

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