Las deudas “no bancarias” de las familias argentinas vienen en aumento desde el inicio de la cuarentena obligatoria, el único remedio para enfrentar la pandemia en un país con una alta pobreza y un sistema de salud que podría colapsar si no se detiene el ritmo de contagios del Covid-19.

Las principales demoras son el pago de impuestos, alquileres y servicios. Y también aumentó la gestión de préstamos con parientes y amigos. Son datos de un estudio privado de la consultora CERX sobre 6770 hogares, que señalan que durante junio casi 12 millones de hogares argentinos se endeudaron.

El endurecimiento del aislamiento decretado a partir de esta semana en el AMBA lleva implícita la restricción de numerosas actividades comerciales que habían vuelto a funcionar desde locales “a media persiana” en el conurbano a los abiertos al público en CABA. Sin embargo, en off de record los intendentes, que necesitan cobrar impuestos, ya expresaron que no van a clausurar comercios.

La deuda total de las familias, según este estudio, alcanzó en junio los $1.905.119 millones. Frente a mayo, hubo 163.000 hogares menos con deudas, pero creció en $83.415 millones el stock adeudado para quienes no pudieron cancelar sus pasivos. El Estado también está recaudando menos. Cada vez que una familia no le paga impuestos se endeuda con el inmobiliario, patentes, y otros además de las tasas municipales.

Con una deuda promedio de $16.140 por familia, los servicios aparecen como una de las principales deudas a cancelar cuando se recuperen los ingresos.

La caída en la actividad económica que dio a conocer el Indec, comparando abril de este año con 2019, es histórica: más del 26 por ciento. Si es culpa de la cuarentena o de la pandemia no lo sabemos. Pero urge que además de los protocolos y planes de contingencia sanitarios y epidemiológicos, haya uno de recuperación económica para los argentinos que acompañaron las medidas de aislamiento y dejaron de percibir ingresos por ello. No alcanza con la política del subsidio, que está muy bien para evitar el hambre, pero no resuelve ni el mediano ni el largo plazo, porque no es sostenible en el tiempo.

Necesitamos ver una luz al final del túnel que no sólo signifique evitar el colapso de nuestro sistema de salud y evitar muertes, lo que por supuesto está muy bien. Los argentinos necesitamos que quienes hoy toman decisiones también nos hablen de cómo vamos a continuar nuestras vidas cuando los casos comiencen a descender, que es lo que se nos dice que va a ocurrir si nos seguimos quedando en casa.

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