Los procesos de adopción en la provincia de Buenos Aires son más largos para aquellas familias o personas solas que sólo aceptan niños menores de dos años. En los casos en los que no existe tal preferencia y dependiendo del departamento judicial, la buena noticia puede llegar en solo seis meses.

En Argentina, los chicos que pueden ser adoptados son aquellos cuyo entorno familiar fue evaluado por el Estado y determinado como riesgoso o simplemente cuando la familia biológica no puede hacerse cargo de la crianza. El primer paso es la búsqueda de una familia sustituta, intervalo durante el que el Juez determina si existe algún familiar que pueda ocuparse del niño. Y si esto no se encuentra, entonces recurre al Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, para buscarle un hogar definitivo.

Suena simple pero no lo es tanto, por lo menos para las familias que quieren adoptar niños pequeños, porque son los más solicitados. En 2018, hubo 4580 aspirantes en total, de los que 4097 dijeron querer adoptar pequeños de hasta 1 años de edad. Y cuando se les consultó por chicos de hasta 4 años, 3409 dijeron que los aceptarían. Sin embargo, cuando se trata de chicos de 12 años, sólo 42 aspirantes expresaron su aprobación, lo que significa el 1 por ciento del total.

En la provincia de Buenos Aires, se estima que sólo el 1 por ciento de los chicos en condiciones de adopción es menor de 1 año, no tiene discapacidad y tampoco hermanos, las condiciones en las que la mayoría de las parejas o personas solas interesadas, los aceptaría. Esto explica porqué se torna tan largo el proceso de adopción y hay tantos relatos de complicaciones en el camino de esta maternidad y paternidad del corazón.

¿Por qué ocurre esto? Antes de que la Justicia decida que un pequeño puede ser adoptado, hay un proceso largo que agota todas las instancias de revinculación con su familia biológica y mientras todo ello ocurre, el chico sigue creciendo. El Código Civil establece un plazo de 180 días para estas medidas “de abrigo” pero en ocasiones se renueva y puede tardar hasta un año. Y durante todo este proceso, el niño es institucionalizado. Todo empeora si no se logra rescatar o recomponer un vínculo familiar. Hasta 2014, cuando se estableció este plazo, un trámite podía demorar hasta 9 años. Este plazo se redujo a la mitad, en los casos en los que la familia aspirante no amplía su preferencia. Si lo hace, eso facilita la adopción.

Hay entonces un niño “ideal” y uno “real”. Quizá esto sea lo que ocurra. Como sociedad, deberíamos preguntarnos por qué adoptamos, si es para tener ese hijo que no llegó naturalmente, si es un acto de amor, si queremos llenar un vacío en nuestras vidas, volver a llenar el nido, cuál es la motivación para dar tamaña batalla. Y desde el Estado, si se conoce qué es lo que alarga los tiempos, genera frustraciones y complica que este acto de generosidad humana inmensa se concrete, se debe trabajar en la causa, en la elección en sí misma. Con campañas de difusión, con un debate en la agenda pública, para dar a conocer que elegir maternar o paternar a un pre-adolescente, a un adolescente, puede ser una experiencia lejana a la idealizada pero no menos íntegra. Lo mismo ocurre con un grupo de hermanos, pueden ser dos, tres o más. Y esto no se resuelve sólo desde la redacción de una ley, que ya existe en nuestra Provincia y que ordena resolver en 180 días. Sencillamente porque no se cumple y entonces hay que ir hacia el meollo del asunto y replantear los procesos. El sistema judicial debe ser más eficaz y rápido para decidir cuando un niño pueda ser adoptado.

Cuanto más amplios y generosos seamos como aspirantes a padres, más sencillo será el proceso y más rápido. Y cuanto más celeridad tengan los jueces, más niños podrán crecer en hogares que los cuidan y protegen.

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