El 11 de abril Donata Leonarda «Toti» Hernández Kopetsckny había cumplido 102 años. Esta destacada pintora y escritora autodidacta había ganado importantes premios en su trayectoria y fue una queridísima vecina de Berazategui. Aún muy lúcida, esta semana partió a la eternidad, dejando muchísima tristeza entre amigos y familiares.
Oriunda de Córdoba, del pueblo de Benjamín Gould, la destacaban su dulzura y su voluntad en todo lo que emprendía. Ya mayor, había realizado cursos de literatura y otros tantos que gozaba compartiendo con gente como ella, ávida de conocimiento.
Tuvo una infancia muy dura. Su padre falleció antes que ella naciera y a su madre, con cinco hijos a cuesta, le costó asentarse económicamente, por lo tanto, Toti, no pudo seguir la primaria. Sin embargo, esto no le impidió ni aprender, ni enseñar. En su adolescencia incluso dio clases particulares en su pueblo natal y con sus primeros sueldos se compró un diccionario y una enciclopedia que aún conserva su hija María Nilda.
Comenzó a estudiar pintura por correo, en la Academia Pitman que, viendo su vocación, la incentivó a seguir en el camino del arte.
En 1945 llegó a Berazategui y se casó con Francisco, con quien formó a su familia. A los 59 años abrió un taller de dibujo para los más chicos en su propia casa, que pronto se transformó en un jardín que los preparaba para el ingreso a la primaria. Dicha tarea la desarrolló por dos décadas y de aquella época le quedaron hermosos recuerdos.
Poco después comenzó a participar de talleres literarios, exposiciones y concursos en forma individual y colectiva, concretando un sueño que tuvo desde niña. Ganó muchos y reconocidos premios. En 1992 publicó «Antología Poética», en 1995 «Siembra», con poetas de Quilmes, y «Alas en Primer vuelo», con otros cinco autores de Berazategui. En otras obras su pluma venció al tiempo y navegó por cientos de emociones.
Toti logró el respeto y el reconocimiento no solo por su arte sino también por su forma de ser. Tuvo tres hijos y cinco nietos, más dos nietas del corazón, que la acompañaron en todos estos años.
¡Era el atardecer!…yo estaba absorta/mirando el cielo de color purpúreo/las aves aquietaban su aleteo/buscando en el ramaje su refugio,/todo era calma a mi redor y queda/estaba mi alma en su pensar profunda. /Cuando siento que roza mi cabeza/algo etéreo, intangible/ indefinido/ como …suave caricia/ y siento tu presencia/ y siento su alma que a mi alma besa/ que me turba un instante,/ que está allí a mi lado/cual la sombra /que mi cuerpo proyecta/¡Oh! Las almas de aquellos que nos aman ¡Nunca solas nos dejan!.
Así reza uno de sus poemas. La sencillez y la ternura nunca la abandonaron. Y de esa forma vale la pena recordarla.
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