“El Viejo”, como lo conocían en el barrio, era un apasionado de la pelota y podía estar horas charlando y contando anécdotas acerca de sus inicios en Independiente, sus historias con el histórico goleador del rojo Raul «Loco» Bernao o de sus hijas e hijo, de quienes siempre decía sentirse orgulloso. En la última entrevista que concedió al Periódico La Palabra, en marzo, Lavié nos había mostrado toda su hospitalidad al recibirnos en su casa y mostrarnos sus tesoros más preciados: su primera camiseta de San Lorenzo, dos o tres pelotas que pateaba cada vez que se paraba a calentar más agua para el mate y las fotos en el club con sus hijos, nietos y bisnietos, con quienes competía como uno más. “El fútbol es mi pasión, hoy puedo disfrutarlo con mis nietos y bisnietos; poder jugar con ellos es algo impensado para muchos”, decía por ese entonces, mientras se jactaba de ser «el futbolista más longevo del mundo, no hay nadie que a mi edad siga jugando a la pelota».

Lavié pasó cinco años en Independiente, hasta que  “Me pasaron a Quilmes, después a Argentinos Juniors y por último a J.J. Urquiza», tras lo cual regresó a Berazategui para dejar su carrera profesional y pasar al no menos gratificante mundo del amateurismo. Tuvo otros empleos: «trabajé como papelero y hasta de carnicero. Después  que se fueron los militares pude entrar en asuntos legales de la Municipalidad, donde empecé a trabajar e hice casi toda mi carrera, y donde trabajé por años”, hasta jubilarse.

Su pasión por el fútbol trascendía en realidad ese deporte. «Me gusta vivir, yo quiero vivir”, nos decía con una vitalidad deslumbrante. “Querer es poder… llegar a esta edad así, tener la oportunidad de mostrar la pasión por el fútbol a mi edad… es algo hermoso, es lo más lindo para mí”, nos decía, siempre atento por si alguien lo llamaba para algún «picadito».

Marzo nos trajo la pandemia, las restricciones se hacían cada día más estrictas y Julio se quedó sin poder jugar. Durante todo este tiempo era habitual que, al menos una vez por mes, llamara a este cronista para preguntarle cómo estaba todo, si la familia estaba bien y «para saludar». La noticia de su fallecimiento, dada por una de sus hijas, nos tomó por sorpresa, aunque no nos sorprendería que, en el lugar donde esté hoy, busque un grupo de personas con las cuales pueda patear alguna pelota que encuentre por ahí.

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