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Enrique Shaw, el empresario milagroso | lapalabradeberazategui.com.ar

Cabe destacar que para que un venerable sea beatificado es necesario que se haya producido un milagro debido a su intercesión, que debe ser probado a través de una instrucción canónica especial, que incluye el parecer de un comité de médicos y de teólogos. Además, para la canonización es necesario otro milagro atribuido a la intercesión del beato y ocurrido después de su beatificación. Si todo es confirmado, será el primer empresario santo.

Recordemos que en la década del 50, como director general, Enrique Shaw «recorría los hornos de Cristalerías Rigolleau y le preguntaba a cada empleado por su familia, andaba sonriente y siempre bien predispuesto; seguro tenía mil dificultades, pero nunca perdió la sonrisa», describieron sus hijos sobre este padre amoroso que se fue muy joven, pero cuyo tiempo le alcanzó para realizar cientos de acciones inconmensurables. Su impronta, sin duda, marcó una época en la planta fabril berazateguense y en toda una comunidad que lo valoraba mucho.

Shaw fue un  «cristiano laico, padre de familia y esposo ejemplar», explicaron, aún cuando sus orígenes fueron militares. Este hombre sencillo nació en París el 26 de febrero de 1921, pero poco después arribó a la Argentina. Perdió a su madre a la edad de 4 años y su padre cumplió su deseo póstumo de confiar su educación a un sacerdote sacramentino. Estudió en el colegio “La Salle” y fue un excelente alumno. Más tarde ingresó a la Escuela Naval Militar y en los mares del sur, desarrolló una comprometida labor apostólica hasta los 24 años, cuando decidió cambiar el rumbo hacia el trabajo civil.

Como dirigente empresarial hasta en los peores momentos su objetivo fue impulsar el crecimiento humano de sus trabajadores inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia, y en ese camino fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), una entidad que forma parte de la Unión Internacional de Empresarios Católicos (Uniapac). Integró el Primer Consejo de Administración de la Universidad Católica Argentina (UCA) y trabajó para conformar la Acción Católica Argentina (ACA) y el Movimiento Familiar Cristiano (MFC). Fue él quien promovió la sanción de la Ley de Asignaciones Familiares.

Argentina pasó por muchas crisis económicas, lo que obligó a Enrique a tomar decisiones audaces de neto corte social. Por ejemplo, hace más de sesenta años, cuando estaba al frente de Cristalerías Rigolleau y se propuso preservar las fuentes de trabajo, ante el devastador pedido de los propietarios. Decía que el desempleo constituye un “mal moral” y que «tratar de evitarlos, además de un imperativo ético, es una exigencia de todo buen cristiano».

En 1959 se produjo una fuerte caída en las ventas de la empresa y sus accionistas decidieron el despido de nada menos que 1200 trabajadores, pero Shaw consideró que había posibilidades de evitar esta medida tan extrema e intentó preservar las fuentes de trabajo y conservar al personal que por entonces estaba bien capacitado. El empresario presentó ante el directorio un plan de contingencia que fue aprobado, aunque con algunas condiciones: fijó un monto que la empresa estaba dispuesta a perder en el intento y unos meses de plazo para lograrlo. Con solo 38 años, redactó una carta para todo el personal para explicar la gravedad de la situación y su deseo de llevarla de la mejor manera.

En ese mensaje precisaba que “el desempleo es un mal moral porque viola los planes de Dios», porque «Él quiere que el hombre trabaje y obtenga de su trabajo los medios para que él y su familia puedan vivir una vida humana útil para la comunidad. En una sociedad justa y bien organizada». Además, les pidió a los “supervisores y capataces un esfuerzo especial para asignar tareas al personal excedente de una manera realmente útil” y advirtió que “la única defensa real de los intereses de todos es producir a costos que nos permitan competir y vender nuestros productos, manteniendo así la fuente de trabajo”.  Pidió un esfuerzo «consciente y permanente para conservar a la mayor cantidad de trabajadores».

Con su intervención la crisis quedó superada e incluso las pérdidas económicas autorizadas por el directorio fueron aun menores. Entonces, Enrique logró que la diferencia fuese distribuida entre los trabajadores como un premio.

Todos los que lo trataron destacaron su profundo ingenio en los períodos complicados. Otra de las anécdotas que quedó registrada para siempre y que muchos aún recuerdan es el momento en que los accionistas de Rigolleau resolvieron cerrar la carpintería, que hacía pallets y cajones para botellas, y encarecía los costos: era  más barato comprarles a proveedores externos. Shaw no esquivó la decisión, pero le encontró una vuelta: arregló con los empleados el despido, pero les dio un préstamo para que armaran una cooperativa y los ayudó a comprar un terreno frente a la fábrica. Serían ellos, mediante un contrato de exclusividad, los que venderían cajones y pallets a Rigolleau a precios de mercado. La idea fue un éxito: la planta bajó los costos y los obreros, ya propietarios, mejoraron sus ingresos.

Su familia

Junto a su esposa Cecilia Bunge tuvo nueve hijos, quienes junto a amigos y empresarios impulsaron su beatificación.

En 1957 se le detectó un cáncer de piel incurable que pudo controlar en principio, no fue hasta 1962 que su salud comenzó a notarse realmente quebrantada y, sin embargo, no declinó en su labor de dirigente.

Con apenas 41 años, el 27 de agosto de 1962 su vida se apagó, pero antes, en julio, en una reunión con el personal de la fábrica agradeció humildemente a quienes donaron sangre para las intervenciones que prolongaron su vida. Fueron en masa a colaborar con este hombre a quien mencionaban como «el padre».

Para su beatificación fue necesario un milagro: se le atribuyó haber sanado íntegramente a un niño que había sido golpeado por un caballo y a quien se le habían diagnosticado pocos días de vida. Sus padres, empleados de Enrique, le pidieron por su salud y al poco tiempo el niño fue curado, con la novedad que no le quedaron secuelas.

Sus escritos

Una de las aficiones de Enrique fue poner por escrito, en pequeñas libretas, cuadernos y papeles sueltos, muchos de sus pensamientos, sus reflexiones, conversaciones con él mismo, con Dios y con los demás, y es a través de todas esas reflexiones que su familia hoy lo recuerda:  “nada anda bien en una sociedad donde muchos están mal” sostenía, o “La vida activa nos ofrece, si queremos, una magnífica oportunidad de vernos a nosotros mismos, de sorprender nuestras cualidades y defectos. Sin el trabajo exterior resultaría muy difícil conocernos, ya que hay en cada uno de nosotros mucho mal escondido y disimulado bajo un exterior aparentemente calmo».

También pidió: “cristianizar a la clase patronal argentina. Es indispensable mejorar la convivencia social dentro de la empresa. Importa mucho que el dirigente de empresa sea accesible. Hay que humanizar la fábrica. Para juzgar a un obrero hay que amarlo.”

El proceso de beatificación se inició oficialmente en 2001 con el impulso del entonces Arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco.

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