En artículos ya narrados, he expresado cuán importante es la primera infancia (etapa comprendida entre los 0 y los 5 años de edad) en la constitución psíquica de un/a niño/a.

Ya desde antes de su nacimiento a cada infante se lo nombra, se lo mira, se lo admira, desde un lugar único y particular. Cada evento, cada palabra, cada caricia, irá dejando huellas en ese cuerpo orgánico y emocional, que habilitarán que cada sujeto se perciba a si mismo digno de amor, valiente, valioso y capaz o, por el contrario, rechazado, inseguro, culposo o inútil.  

¿Cómo sembrar estas semillas en el interior de cada infancia? En primer lugar será crucial mirar a cada niño/a desde la posibilidad, valorar cada logro por pequeño que el mismo pueda ser. La contracara de ello será la desvalorización, la cual evitaremos si erradicamos compararlos/as con otras personas, criticarlos y agredirlos. Pues, a través del discurso los adultos inconscientemente podrían asignarles a sus hijos/as el lugar del éxito o del fracaso. En relación a esto será transcendental de qué manera se los acompañará a superar los errores que cometan. Si los/as descalificamos ante sus equivocaciones o no les brindamos contención ante los fracasos que puedan transitar, los/as dejaremos desvalidos de amor, de sostén. 

Al mismo tiempo será fundamental que podamos ejemplificar con nuestro accionar cada idea transmitida. La coherencia entre lo que se dice y se hace, el establecer acuerdos y poder sostenerlos delimitará un camino claro, que el niño/a se atreverá a transitar con mayor seguridad. Ya habrán escuchado decir ¨la palabra enseña, pero el ejemplo arrastra¨. Y realmente así es.

Será necesario valorar las características, las cualidades de cada infante, y enseñarles a quererse y a cuidar de sí mismos. Para esto debemos transmitirles que el error es parte de todo aprendizaje y que nadie perderá o ganará el valor que tiene por los éxitos o fracasos que obtenga, porque su valor será alto e inalcanzable y no deriva de lo que hace o tiene, ya que es intrínseco a sí mismo.

Ahora bien, para nutrir con miradas y palabras embestidas de afecto a los/as niños/as deberemos también ser conscientes de nuestras emociones. Para un mejor manejo de estas será beneficioso apelar a la introspección y practicar la pausa cuando sentimos que las situaciones nos exceden y no contamos en ese entonces con la lucidez o paciencia necesaria para decir la palabra adecuada.

Prof. Lic. María Julieta Amendolara

Psicopedagoga

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