Roberto Escobar es locutor (Matrícula 12.522), pero no supo de su verdadera vocación hasta ya pasados los 50. En realidad siempre había querido ser arquitecto, pero las vueltas de la vida se lo impidieron. O mejor aún…hijo de una familia humilde, sin apoyo económico, tuvo que buscarse un trabajo para costearse los estudios luego de terminar la secundaria en el politécnico. «Trabajaba muchísimas horas en un estudio en Barracas y después iba a Nuñez, a la UBA. Tenía más de 3 horas de viaje y salía de la facultad a las 11 de la noche. En un momento me di cuenta que no iba a poder llegar y desistí», contó.

Hoy la arquitectura y todo lo que se relacione con ella es anécdota. Pero tuvo que correr mucha agua bajo el puente. Cuenta que trabajó durante muchísimos años en un estudio de arquitectura, y que tenía varios trabajos a la vez; que luego se dedicó al mercado  inmobiliario durante más de 30 años y que, cuando se dio cuenta que algo no encajaba, se decidió y abandonó todo, sumergido en una depresión. «Corría siete kilómetros todos los días, me cuidaba mucho y tenía 19 de presión. No podía seguir más así. Entonces comencé a andar otros caminos -recuerda- me decían que estaba loco, pero me dieron algunos días para poner la mente en blanco, y no … finalmente elegí la locución. Comencé a leer cuentos en la plaza junto con Bibiana Fermoselle, una hermana de la vida, y con quien tuvimos muchísimos y variados  proyectos laborales».

A los 64, finalmente entró a estudiar locución en el ISER (Instituto Superior de Eneñanza Radiofónica) en La Plata y encontró ahí un mundo, que aunque no era desconocido para él lo llevó al lugar donde quería estar. «Fue fabuloso. Tuvimos prácticas increíbles. Al principio fue difícil volver a la facultad, a mi edad, volver a los libros. Aún me acuerdo los nervios de los primeros parciales. Hay que pensar que compartía el aula con gente 40 años menor que yo, de otras generaciones, pero supe acoplarme e hicimos lindos equipos de trabajo».

Pasado el exámen evaluatorio, fueron tres años de mucho esfuerzo y gratificaciones. Treinta y  nueve materias en total y un título que luego hubo que validar a nivel nacional, tuvieron el resultado más esperado: legalizar su oficio, su vocación.

«Comenzamos 200 pero egresamos solo unos pocos; es como en todas las carreras, empezás con mucho entusiasmo y después se van quedando en el camino por distintas cuestiones», aseguró.

«Siempre pensé que la voz era un misterio de la creación y si yo había nacido con esto tenía que hacerlo valer», determinó Escobar, que dio sus primeros pasos con la comisión Pro Autonomistas de Berazategui. «Siempre que había un acto acompañaba a Rubén Márquez y Victorio Bruni, entre otros. Después le ofrecí al padre Francisco Urbanija, de quien soy muy amigo, enseñarle a la gente a leer el Evangelio e hicimos con las catequistas clases de oratoria. Finalmente fui la voz del Club Rotary. Llegó un momento que participaba de todos los eventos que tenía esta institución a nivel regional, donde el 80 por ciento es protocolo y ceremonial. También leí poesías con Marcela Campos en la radio. Hice muchas cosas, hasta que conocí al profesor Juan Mastromarino, quien junto a Jorge Leal me guiaron e insistieron para que comenzara la carrera», apuntó.

En 2008 ingresó a trabajar en la Legislatura junto a Bibiana, también de Berazategui, que se formó en el área de Ceremonial y con quien presentaron una prueba de aptitud para el puesto. Ella se quedó en Senadores mientras que Roberto, hoy, es la voz de la Cámara de Diputados de la provincia. Es quien presenta a las autoridades del recinto. Quien da el puntapié en los talleres, simposios, cursos o charlas que organizan los diputados, y es quien recibe a las visitas nacionales e internacionales que recorren el Palacio con nada menos que 136 años de historia. «Llegamos a atender a una gran cantidad de gente antes de la pandemia. Es un locura. Ahora está todo parado, pero es un lugar hermoso», indicó Escobar, que reconoció el gran compañerismo que existe en el equipo, que está fuera de los vaivenes políticos que supone ese lugar.

Un dato para rescatar: Roberto trata que no se le escape nada mas. Por eso en cuanto el tiempo y el trabajo se lo permitieron se interiorizó en lectura para ciegos. Buscó información y logró armar un formato que le permite a la gente con dicha discapacidad conocer el recinto sin ver absolutamente nada.

«Llegué donde quería; lejos de lo se pueda pensar, este trabajo está lleno de adrenalina y, por que no, de presiones, pero realmente me siento a gusto con lo que me pasa y lo que tengo», cerró.

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