Con frecuencia los profesionales de la salud y de la educación oímos a padres, madres y/o tutores, expresar frases como: “estoy poco tiempo en casa, no puedo retar a mi hijo/a, el poco tiempo que paso con él/ella”.  Este sentimiento tan válido pero debatible tiene una contracara. Pues generalmente quienes acompañan a tal sujeto (estando juntos como pareja o no) en la crianza de ese niño/a hacen también su descargo, respondiendo: “por eso me toca a mí ser el/la malo/a”. De este modo se establecen dos roles: el del “bueno” que habilita a ese niño/a a realizar lo que le plazca y, el del “malo”, que limita/restringe. Ahora bien ¿podemos reducir la crianza con amor al tiempo que se le brinda a un niño/a?, ¿el tiempo se mide cuantitativamente o cualitativamente?, ¿estar presente es estar disponible?

En primer lugar, el tiempo debe medirse con la vara cualitativa.  Constituye un mito pensar que a mayor cantidad de tiempo más eficaz será ese vínculo o la crianza en sí misma. Por tal motivo, el tiempo debe pensarse en términos de calidad. Quince minutos al día: de escucha empática, de juego, de compartir la preparación de una cena, pueden ser altamente eficaces para que ese niño/a sea reconocido desde el amor, desde la valoración y se sienta alojado en ese otro que con su mirada lo habilita o lo imposibilita a desarrollarse sanamente. Sin embargo, no hay ecuaciones perfectas, no hay cálculos matemáticos, ni recetas mágicas que nos conduzcan al “éxito” cuando hay emociones de por medio. Por este motivo, no siempre quien está presente está disponible. Estar disponible refiere a ser accesible al otro o para el otro. En términos de crianza debemos traducirlo en un posicionamiento que implica poner en juego diversos movimientos que estarán ligados a la propia historia, a cómo quien es padre/madre hoy ha sido hijo/a ayer. ¿Cómo leemos esta disponibilidad emocional? A través de acciones, tal como escuchar para contener, para acompañar, para empatizar. Una escucha asertiva, posibilita que los niños/as puedan expresar sus necesidades, emociones, con la certeza de quien los escuche pueda pensar junto a él. No es una escucha para dar respuestas o sanciones, es una escucha para construir interrogantes con los planteos que ese niño/a haga, en pos de construir con él o ella hipótesis de forma conjunta. Líneas atrás escribí la palabra mitos y vaya si estos nos atraviesan.

Es una falacia que los adultos tienen todas las respuestas que los niños/as necesitan. A veces no hay respuestas, no las conocemos, por eso la importancia de no dar nada por sentado, de mirar cada situación con ojos de niños y de construir junto a ellos hipótesis, explicaciones, historias, juegos.

Otra de las señales que dan cuenta de la disponibilidad emocional es la posibilidad de que los adultos se dejen atravesar por la falta. Pues reconocer que no lo sabemos todo, que no siempre seremos necesarios, también hace a un adulto, a un padre, a una madre, disponible. Habilitar el crecimiento, la independencia de esa persona que, poco a poco, está evolucionando y ganando estrategias para moverse con mayor libertad también da cuenta de que no necesitamos ser necesitados y que, por ende, será relevante correrse, para dar lugar a un ser autónomo, activo, dueño de sí mismo. Esto supone habitar el camino de la incertidumbre, de un acompañamiento que supondrá caminar junto a este niño o niña el camino de la evolución, pero no encima de él, simplemente al lado de él, acercándonos más cuando se requiera de ello y alejándonos cuando la situación lo amerite.

Prof. Lic María Julieta Amendolara

Psicopedagoga

Hacé tu comentario

Por si acaso, tu email no se mostrará ;)